REVISTA NOTICIAS
El Banco Central emite más pesos para recalentar la economía y no dejar de crecer. Peligros: la inflación y la falta de inversiones. (Artículo del año 2010)
Por Orlando Ferreres*
Ahora bien, no está muy claro cuánto tiempo toma a esa mayor emisión o cantidad de dinero en circulación en influir sobre el nivel de precios. Se estima que en los Estados Unidos, por ejemplo, el impacto tiene un retraso de alrededor de 22 meses desde que el dinero se emite hasta que se refleja en el nivel de precios. De acuerdo con la experiencia reciente de ese país, el incremento de la base monetaria de 142% en aproximadamente 18 meses –desde la crisis financiera de fines del 2008– sólo influyó a corto plazo en una pequeña medida en el índice general de precios.
Es que si la demanda de dinero está creciendo, es posible aumentar su oferta, o sea, la mayor emisión monetaria, sin mayor impacto en la evolución de la inflación. Si bien tenemos una seria diferencia de posiciones con esa corriente liberal o monetarista, podemos coincidir en que la expansión de la cantidad emitida para financiar, por ejemplo, gasto publico, no es una política recomendable en forma permanente. En medio de una crisis, es factible incrementar la cantidad de dinero para mejorar la actividad. Y si hay capacidad ociosa, el dinero en el corto plazo incrementará el “output”, el rendimiento. En última instancia, el PBI y no los precios. Pero, en el largo plazo, el impacto se daría a través del aumento de precios.
Keynes a full. La posición progresista, o no ortodoxa –la que los críticos suelen calificar de “populista”– considera que puede ser adecuado, en determinadas circunstancias, aumentar la cantidad de dinero o usar recursos del Banco Central para financiar al Tesoro, aunque esto pueda provocar un aumento importante en el nivel de inflación. Estas ideas tienen su fuente originaria en la crisis mundial de 1929, época en la que se generaron altos índices de desempleo por la caída de la actividad. La teoría vigente en aquel momento, ortodoxa, no tenía claro cómo enfrentar el problema. En la práctica, los gobiernos hicieron obras públicas para mejorar el nivel de empleo. En la Argentina, por ejemplo, se creó Vialidad Nacional para ocupar gente desempleada en esas obras. Al mismo tiempo, se mejoraba la infraestructura con nuevos caminos pavimentados.
En 1936, siete años después de iniciada la crisis del '29, John Maynard Keynes, recogiendo las medidas que la mayoría de los gobiernos había llevado a la práctica, es decir obras públicas, proclamó que se podía llegar a un equilibrio macroeconómico permanente en un nivel menor al del pleno empleo, objetivo que no era posible para la economía ortodoxa hasta ese momento porque suponía que todos los precios se iban a ajustar a la baja, incluso los salarios, hasta llegar al pleno empleo. Para Keynes, que sabía que los salarios nominales no eran flexibles a la baja, el mayor peligro era el desempleo permanente. Y que la forma de corregir esa deficiencia del sistema económico era a fuerza de aumentar el gasto público. Así, por el multiplicador del gasto, aumentaba el Producto Bruto y el empleo, hasta llegar a la plena utilización de los recursos productivos, siempre y cuando hubiera, previamente, capacidad ociosa de producción. “Es mejor hacer un pozo y volver a taparlo que tener gente desempleada”, fue también una idea keynesiana de esa época. Para los políticos de entonces fue como la justificación de lo que estaban haciendo. Les pareció una idea genial.
Pero, claro, después de que se llegó al pleno empleo, los gobiernos siguieron aumentando sin control el gasto público. Ese era otro capítulo de Keynes y los políticos no habían llegado a leerlo muy bien. Porque los recursos no aumentaron como los gastos públicos y el desfase se tradujo en déficit permanente. Se recurrió entonces, para financiar ese gasto, a la emisión de dinero, pero en situación de pleno empleo en los principales centros productivos. Ese proceso generó un constante aumento de precios. O sea: inflación con algo de crecimiento. Por eso algunos funcionarios, supuestamente heterodoxos, están acostumbrados a decir: “Es mejor algo de inflación si no se resigna el crecimiento”. Barack Obama, por ejemplo, trató de usar todos los recursos a mano para reactivar la economía después del crac. Además de incrementar más de un 100% la base monetaria –la cantidad de dinero circulante en la calle–, seguro de que en el corto plazo no generaría inflación, no quiso errarle y también llevó el déficit fiscal al 12% del PBI debido a un fuerte aumento del gasto público. La economía, sin embargo, no reaccionó lo suficiente y el desempleo superó las peores previsiones. Ahora se encuentra con una expansión monetaria exagerada, un gasto público alto, un desempleo elevado y una deuda por déficit muy costosa para pagar. Típicas condiciones para un futuro ajuste por la vía de aumentos de los impuestos.
Como puede verse en los gráficos adjuntos, es cierto que hay más medios de pago este año ya que el agregado M2 –la suma de billetes en efectivo más depósitos en cuenta corriente más depósitos en cajas de ahorro– está superando holgadamente al programa monetario de este año. Y estamos en medio de una presión inflacionaria en alza. Comparemos de nuevo: en el 2003 creció la base monetaria un 61,7% más que este año y sin embargo la tasa de inflación de ese año fue del 3,7%. En una palabra: necesitamos elementos adicionales para entender lo que está pasando.
PBI potencial y real. La otra clave es comparar el PBI potencial con el PBI real (ver gráfico). En el 2003, se podía aumentar cerca del 25% el PBI sin hacer nuevas inversiones pues había mucha capacidad ociosa, inversión física realizada antes que no se estaba usando. Las curvas del Producto aparecen muy separadas. Actualmente se han juntado: el PBI real es casi igual al potencial. Es decir, ahora no se puede crecer sino al ritmo de las nuevas inversiones y los intentos de superar esta barrera, la falta de oferta, se van a los precios y no a aumentos del Producto Bruto. Cuando el PBI real se junta con el potencial, la economía se “recalienta” y hay inflación. Más aún si se acelera la demanda agregada por los constantes incentivos al consumo. Si a ello se le suma una fuerte emisión como la que tenemos este año por un crecimiento desproporcionado del gasto público, surge la imagen de querer apagar el fuego con nafta.
Allí radica el cambio de escenario. Ya no se puede hacer lo mismo que antes. No es que antes el Banco Central fuera más liberal y ahora progresista. En este momento, lo que necesitamos son inversiones para aumentar el Producto potencial. Si bien la tasa de inversión algo crece actualmente, resulta insuficiente para separar las curvas del PBI real y potencial. Entonces, por más dinero que emita el Central y por más gasto público que se promueva, ya el sistema no funciona como antes, lo que se verá más crudamente cuando se pase el primer efecto de la inflación: doblar el consumo y gastar más rápido el dinero para que no se licue y ganarles a los precios. Este proceso dura sólo algunos meses. Después hay que pagar las deudas. Llega la desaceleración económica. Se complica el tipo de cambio. En cualquier caso, es mejor acomodar las variables para el 2011, con este Gobierno o con cualquier otro.